Permítanme que les cuente lo que nos aconteció allá por los años 1434 y 1435, cuando Madrid no era corte, pero si gozaba de la larga presencia del rey en nuestra villa.
Tras haber sufrido una de las mayores sequias que se recuerdan, cuando nuestros campos eran mera tierra seca sin valor, llego la tormenta, y durante meses, sufrimos fuertes lluvias, granizo, pedrisco, el diluvio bíblico nos visitó sin esperarlo, y como tal conocimos aquella época, “El diluvio.”
Esto fue terrible para nosotros, nuestros campos anegados, viviendas destruidas, la muralla dañada y los pozos contaminados. Poco podíamos hacer los hombres de bien. Por si esto fuera poco, ya que el diluvio nos dejó con hambre y sed, llego con ello la tan temida peste.
Mientras nosotros sufríamos sus efectos de tan tremenda enfermedad, los nobles la eludían poniendo pies en polvorosa. Su majestad Juan II de Castilla marchaba a Illescas. Y con el escapaban de la peste los embajadores extranjeros. Los embajadores del rey de Túnez, del rey de Navarra, del rey de Aragón y del rey de Francia, se instalaron en varias fincas extramuros.
Estas fincas fueron separadas de nosotros, los habitantes de la villa, por una cerca, evitando con ello que las personas que podían portar la peste entraran en contacto con ellos. A esta zona se la denomino el campo de embajadores.
Como bien supondréis, el paso del tiempo dio nombre a la Calle de Embajadores, sirviendo también para dar nombre al paseo y a la glorieta del mismo nombre.
Lo que entonces eran las afueras de la ciudad, hoy se ha convertido prácticamente en una calle céntrica de la capital, y un nombre que, aunque de origen desconocido para la mayoría, todos reconocemos.
En breve intentaremos seguir contando más cosas curiosas de nuestra ciudad, contándote eso que no sabías, pero que te agradara conocer.